Clarín adelanta el capítulo 13 del libro que sale a la venta el 18 de octubre. Con tono épico, el ex mandatario cuestiona a “la casta” a propósito de la tragedia de Cromañón sucedida en diciembre de 2004.
El nuevo libro de Mauricio Macri, “Para qué”, saldrá a la venta en pocos días más, el 18 de octubre. En el capítulo 13, que aquí Clarín anticipa, el ex presidente cuestiona duramente a Alberto Fernández por su “torpeza y cinismo político” cuando sucedió la tragedia de Cromañón. En clave actual, Macri apela al caso del transfuguismo del mediático Borocotó, pasado a las filas K, y hace un guiño al electorado de Javier Milei al hablar de “la casta” al referirse no solo a la “protección” al empresario Omar Chabán por parte del “oficialismo de entonces” sino también a las circunstancias que rodearon la destitución de Aníbal Ibarra como jefe de gobierno porteño.
El libro de Macri aparece en el marco de su posible candidatura presidencial y en medio de una fuerte interna en el PRO. Sucede y enlaza a “Primer tiempo” y en su bajada, de hecho, señala inequívocamente: “Aprendizajes sobre liderazgo y poder para ganar el segundo tiempo”. Pablo Avelluto, ex ministro de Cultura, estuvo en la edición, su expertise. Aunque evita definiciones, el tono épico del del capítulo es significativo sobre las intenciones del ex mandatario de regresar al poder.
Fragmento del capítulo 13, Cromañón
(…) Dos años antes, Borocotó había ingresado como legislador de la Ciudad por nuestra lista. Hasta tanto se produjera su ingreso a la Cámara de Diputados seguía integrando nuestro bloque en la Legislatura de la Ciudad. Horas antes de la sesión en la que se debía decidir el juicio político a Ibarra, Borocotó se reunió con Alberto Fernández y con Néstor Kirchner en la Casa Rosada por más de una hora y desde allí anunció con bombos y platillos que no formaría parte en el Congreso del bloque para el que había sido elegido.
En su lugar, había decidido conformar un bloque unipersonal aliado al kirchnerismo. Fue uno de los casos de transfuguismo político más increíbles y vergonzosos de la historia de nuestro país. El repudio y la condena por lo que había hecho Borocotó fue absoluto. La gente asistió incrédula al espectáculo de la traición a la confianza que se había depositado en un político. El ingenio popular no tardó en crear el neologismo “borocotear” como sinónimo de incumplir con la palabra y pasarse al bando rival.
Tras la reunión entre Alberto Fernández y Borocotó y dada la cercanía del jefe de Gabinete con Aníbal Ibarra, las dudas sobre la participación y el voto de Borocotó y de los otros dos legisladores crecieron al infinito. Nadie sabía a ciencia cierta cómo iban a votar. La reacción de los padres de las víctimas de Cromañón fue tremenda. Todos se dieron cuenta de lo burdo de la operación. La paridad era absoluta. Un voto en un sentido o en el otro podía cambiar el resultado esperado. Ante la magnitud del repudio, Borocotó decidió presentarse en la sesión. Lo mismo hicieron Farías Gómez y Bergenfeld, otros dos votos inciertos.
Fue así como la torpeza y el cinismo político de Alberto Fernández lograron disipar todas las dudas. Cuando llegó el momento de votar, todos nuestros legisladores lo hicieron de acuerdo a lo previsto. Con aquellos tres votos que tanta expectativa habían generado, se lograron reunir los treinta necesarios para iniciar el proceso al jefe de Gobierno.
Fue un momento muy importante en nuestra historia política. Había que dejar en claro el lugar y la importancia que debían tener las instituciones de la Ciudad. Este episo- dio corroboró mis intuiciones sobre la política. Las mismas que había llevado a Boca. Por un lado, que el poder no resiste la mentira. Cuando un político degrada su palabra y va cambiando su discurso en función de las presiones que recibe, pierde todo el crédito de sus votantes. El voto es un contrato y, como ya escribí, soy de los que creen que los contratos deben ser cumplidos. Por otro lado, corroboré el enorme valor que tiene otra voz: la de la opinión pública. La sociedad puede perdonar errores, pero el quiebre moral no lo perdonará nunca. Cuando se pierde la integridad, no hay retorno posible.
Cromañón fue una muestra de la degradación de la política. Reconozco que el tamaño de esa degradación fue para mí una sorpresa. Conocía a los integrantes de la clase política desde hacía tiempo. A finales de 2001 la sociedad los había condenado al grito de “¡que se vayan todos!”. Pero ni en mi visión más pesimista podía imaginar lo que viví en torno a una tragedia como aquella.
Desde hace ya muchos años que convivimos con esa estafa, esa deformidad perversa que es lo “políticamente correcto”. Es una trampa bajo la cual se suele esconder lo incorrecto, lo que está mal, lo que no se debe hacer. Como una verdadera policía del lenguaje va recorriendo nuestras mentes protegiendo a quienes no merecen ser protegidos, limitando nuestro campo de acción para evitar ofender a unos o molestar a otros.
Se había considerado “políticamente correcto” proteger a Omar Chabán, el responsable de Cromañón, por parte del oficialismo de entonces. Chabán era parte de un circuito “progre” y tenía amigos en el poder. Funcionaba dentro de un mundo lleno de sobreentendidos y corruptelas, que hizo que su local no fuera debidamente inspeccionado y que no cumpliera con los requisitos esenciales de seguridad destinados a evitar una tragedia como la que desgraciadamente ocurrió.
Recuerdo los mensajes y las visitas de los miembros del sistema político de entonces. La “casta”, como la bautizaría años después Javier Milei. Uno tras otro venían a decirme que era conveniente para mí que Ibarra continuara en su cargo porque estaba atravesando su segundo mandato y no iba a tener la posibilidad de ser reelecto. En cambio, si lo sucedía su vice, Jorge Telerman, este tendría la posibilidad de completar el período e intentar otro a continuación. Los que supuestamente sabían de política me alentaban a ir en contra de aquello en lo que creo. Para mi espanto, no eran voces que llegaban solo desde afuera. Entre nuestras propias filas había algunos que sostenían esa teoría. No podía creer lo que escuchaba. No podía, no puedo y no quiero aceptar que la política tenga ese nivel de alienación y de distancia con los valores.
La convicción y la conveniencia son dos fuerzas que pueden llegar a ir juntas en el ejercicio del poder. Pero la conveniencia no puede ir en desmedro de la convicción. Cromañón puso nuestras convicciones por delante de cualquier otra cosa. Para poder llegar a donde nos habíamos propuesto, la ejemplaridad fue y sigue siendo innegociable. Por suerte, encontré la misma convicción en Gabriela Michetti. Fue Gaby, con su enorme coraje, quien se ocupó de liderar la búsqueda de la verdad en la Legislatura.
Cromañón me provocó un dolor verdadero y profundo. Aquellas muertes fueron tan reales como evitables. El sufrimiento y la angustia que mostraban aquellos padres y madres era tan real como su voluntad de ir hasta las últimas consecuencias en su reclamo de justicia. Aquellos que apostaban a alejarme de mis convicciones para ir detrás de una conveniencia política miserable se equivocaron. Me negué. Una y otra vez dije que no. Sabía lo que estaba en juego. Me parecía tremendo que la conveniencia política fuese capaz de poner en cuestión por qué hacemos lo que hacemos. El para qué de lo que hacemos. Conmigo no pudieron. Con Gabriela no pudieron. Con Marcos y con cada uno de aquellos jóvenes que desde el primer momento pusieron la ética por encima de la conveniencia, no pudieron. Ante el uso que la política quiso hacer de una tragedia mantuvimos nuestra identidad a toda prueba.
El proceso posterior a la tragedia de Cromañón nos hizo crecer a todos. La gente nos puso desde entonces en un lugar que exigía no bajar nunca los brazos. Fue traumático, pero al mismo tiempo nos brindó una mayor solidez. Significó un mojón fundamental en nuestro camino. Establecimos un límite moral que jamás estuvimos dispuestos a traspasar. También fue un momento decisivo para mí y para mi concepción del liderazgo y del poder. Nuestro proyecto consiste en desarrollar una sociedad mejor. Si hubiésemos contribuido a obturar la investigación sobre Cromañón todo habría terminado. Todos los sueños, todos los ideales y el para qué de mi participación habrían quedado sepultados para siempre. La sociedad siempre nos puso una vara más alta que a los otros actores de la política. Nuestros votantes jamás habrían perdonado esa mancha moral.
En ese momento, rompimos el cascarón. Había comenzado la gesta del cambio.