Julio Grondona no usaba WhatsApp ni le prestaba atención a los mensajes de texto. Si quería, atendía su teléfono, que comenzaba con 4449. Eran los tiempos del “todo pasa”, aquel anillo que lucía en su dedo meñique de la mano izquierda. Permanentemente, recibía llamados de los dirigentes. Para pedirle plata, porque manejaba la caja, y para quejarse de los árbitros.
Siempre se dijo que Arsenal era el caballo del Comisario, pero nunca se observaron fallos tan escandalosos como los que impulsaron a Barracas Central a Primera División y hoy son tapa de diarios, canales y portales de noticias. Se trata del equipo del poder, donde Claudio Tapia construyó su espacio en el fútbol, apoyado por un padrino fuerte: su ex suegro, Hugo Moyano. El que ahora conduce su hijo Matías y en el que Iván es el capitán del equipo.
En tres años, Barracas Central pasó de jugar en la Primera B a enfrentarse con River y Boca en la Liga Profesional. Todo bajo la gestión de Tapia, ungido como mandamás de la AFA producto de la política. Si Chiqui llegó a presidente fue gracias a Daniel Angelici, ex titular de Boca y hombre de Mauricio Macri. Y si continuó su cargo cuando asumió Alberto Fernández se debió lisa y llanamente a que hizo los deberes: prestó el predio de Ezeiza como hospital de campaña para los enfermos de Covid; premió con camisetas de la Selección a los recuperados de Covid-19 que donaron plasma; demoró el regreso del fútbol hasta el 30 de octubre de 2020, cuando casi todas las ligas del mundo ya habían retomado la actividad, en consonancia con la larguísima cuarentena del Gobierno y, así y todo, necesitó que Argentina ganara la Copa América para que no se lo llevaran puesto de la Rosada.
En definitiva, fue un Angel (Di María) el que alejó los demonios de Tapia. Era antipático echar al Ministro de la Pelota después de semejante título. Si los argentinos estaban felices después de 28 años sin títulos. Populismo explícito, claro. Pero Chiqui sobrevivió. Se cajonearon las denuncias de Chicago y San Martín de Tucumán, que habían cuestionado la Asamblea virtual en la cual se adelantaron las elecciones, y la IGJ archivó el caso. Su figura, entonces, tomó mayor volumen. Y es casi un influencer en las redes sociales.
No hay ninguna prueba de que el propio presidente de la AFA manipule a los árbitros, pero sí sobradas muestras de que ayudaron a Barracas a ascender a Primera División. “Hay que creer en la honestidad de los referís, habrá que pensar que se equivocaron”, dicta la conciencia. El tema es que fueron demasiadas veces. No alcanzaría un diario entero para contar los fallos erróneos que favorecieron al conjunto rojiblanco. Lo que queda más expuesto hoy porque en Primera División todos los partidos son televisados, algo que no sucedía en la B, salvo eventualidades, y sí -pero muy poco- en la Primera Nacional.
Basta repasar los groseros fallos de Jorge Baliño en el duelo con Patronato. ¿Hay que hablar de Obediencia Debida? ¿De hombres de tarjeta y silbato que son más tapistas que Tapia? ¿Y cómo se explica que aquellos árbitros que tuvieron malas tardes en los partidos del Ascenso, justo contra rivales de Chiqui, hayan sido promovidos a Primera en estos últimos tiempos? Parece difícil hablar de meritocracia.
Entonces, el problema pasa por la credibilidad. Por más que sean “seres humanos”, como los árbitros se justifican, y comentan “errores”, algo que le puede pasar a cualquier hijo de vecino, ya perdieron su mayor capital. Los hinchas no les creen. Y las evidencias que muestran las cámaras y las explicaciones de Federico Beligoy, Director de Formación Arbitral, no contribuyen con esa sensación que sobrevuela en el ambiente del fútbol, que algo huele mal.
El fútbol es un reflejo del país, a fin de cuentas. ¿Por qué la gente creería en la buena fe de los árbitros si tampoco pone las manos en el fuego por la Justicia ordinaria? ¿Por qué debería hacerlo, además, si lo que se observa sobre el campo de juego es muy diferente al relato de quienes conducen los destinos del referato? “El arbitraje argentino está en su mejor momento”, dijo Beligoy hace un mes. Cualquier similitud con los discursos que se escuchan en las altas esferas gubernamentales de este país a la deriva no son puras casualidades.