Actriz, cantante, consultora y consejera de la vida, leyenda porteña. Esa fue Laura Ana Merello, que se hizo famosa como Tita Merello y de cuyo nacimiento se cumplen 118 años este 11 de octubre. Además, en diciembre se cumplirán otros 20 desde su muerte, ocurrida en la Nochebuena de 2002.
Su interpretación icónica del tango Se dice de mí, sin dudas muestra a Tita Merello como una adelantada a su época. Hoy podría leerse casi como un himno trapero y feminista o por lo menos, reivindicatorio de la autoestima y el empoderamiento. Su dura infancia le enseñó a rebuscárselas, a inventarse cómo sobrevivir y ese espíritu pionero y emprendedor la acompañó toda su vida.
La niña que nació en un conventillo de San Telmo, el 11 de octubre de 1904, enfrentó sin saber los primeros puñetazos de la vida con la muerte de su padre, cuando ella apenas tenía seis meses de edad.
Una infancia corta
El hambre, la indiferencia y la falta de escuela marcaron sus primeros años. “No recuerdo si tuve una infancia precoz. Lo que sé es que fue muy breve. La infancia del pobre siempre es más corta que la del rico”, dijo alguna vez.
Luego le siguieron unos años en un orfanato, otros tantos en un una estancia en la provincia de Buenos Aires, donde hizo todo tipo de tareas rurales. “Ordeñar las vacas, prender el fuego para el desayuno de los peones, preparar el asado, en fin, muchas cosas, sólo por la casa y la comida”, recordó ya de adulta.
Siempre con el “arreglátelas como puedas” que ella hizo carne y palabra más adelante, pasó su adolescencia y todavía no sabía leer ni escribir, porque la educación había quedado postergada por la urgencia de sobrevivir en el día a día. Con el tiempo llegaría su época de vedette y corista.
En el Bajo estaba la sala Bataclán, donde las chicas mostraban las piernas y cantaban con letras de doble sentido. Tita era una de ellas. “Bataclana”, confirmaba con su voz grave y arrastrada, sello inconfundible aprendido en la calle. Siempre conciente de que, a pesar de estar empujada por la necesidad, la cosa no iba a pasar del tono picaresco. Recién con 20 años aprendió a leer y escribir.
Cantante y actriz autodidacta
La cantante de éxitos como el inmortal Se dice de mí, además de Arrabalera, El choclo, Niño bien, Pipistrela y Qué vachaché y la protagonista de películas como ¡Tango!, Así es el tango, Filomena Marturano, Deshonra, Mercado de Abasto, Para vestir santos, La morocha, ¡Viva la Vida! y Los miedos, tampoco pasó por ninguna academia de música o actuación. Puro instinto y viveza.
Luego de escalar con éxito de las salas del Bajo a los teatros con marquesina, siempre en las revistas y los musicales, en 1930 Tita interviene por primera vez en una obra dramática, reemplazando a Olinda Bozán en el protagónico de El rancho del hermano. Y fue un éxito. Uno más.
Después siguieron más de mil funciones con El conventillo de la Paloma, con entradas que costaban 80 centavos y atraían a oleadas de público. Tita ya se repartía entre el teatro dramático y sus presentaciones como cantante. Hasta que llegó algo más, inesperado: el cine sonoro.
En 1933, Tita formó parte del elenco de Tango, el primer filme sonoro del cine argentino dirigido por Luis Moglia Barth. La repercusión de la película le siguió sumando popularidad a la artista que ya empezaba a ser “la” Merello.
Y aparecieron más películas en las que ella demostraba que todo el carácter que había forjado en su vida hasta entonces, se podía reflejar también en la pantalla y en sus personajes.
Una mujer sin ambiciones
Pero, lejos de sentirse una estrella, a contracorriente del glamour, Tita aseguraba: “Nunca me interesó mucho el trabajo en cine; me llamaban para actuar y yo iba. Lo mismo pasaba con lo demás, yo nunca me propuse nada, nunca ambicioné nada; mi gusto, mi necesidad, era trabajar, fuera como bataclana o como actriz cantando tangos. A lo poco que llegué, llegué sin proponérmelo”.
Ya en la década de 1940, aparecieron trabajos en Uruguay, también en cine y teatro y allá iba Tita, cruzando el Río de la Plata, con su talento y desparpajo para desparramar también en la otra orilla.
Era la época en que, durante una varieté, entre película y película, ella cantaba un par de canciones. Y de un cine, se iba a otro. Adelantada también a los frenéticos tours que más tarde harían las bandas de cumbia, por ejemplo, yendo a presentarse a media docena de boliches por noche.
Conocida, además en Chile y en México, adonde llegaban sus personajes cinematográficos y sus tangos pasionales, la Merello era convocada para trabajar en otros países. Tita iba y arrasaba. Pero empezaba a sentir que la encasillaban en la arrabalera. Y ella quería algo más.
En 1948, ese algo más fue su protagónico teatral en un clásico, Filomena Marturano, que estuvo más de un año en cartel. “Me fascinó. Para mí fue como una reivindicación, la posibilidad de demostrar que podía ser otra cosa que la cancionista arrabalera o la actriz cómica”. Del éxito teatral, el personaje pasó a la versión cinematográfica.
Un romance prohibido
Conciente de su popularidad, Tita aseguraba: “Yo no he sido nunca mistificadora de nada, ni de mi clase social ni de mi capacidad de actriz ni de mis sentimientos como ser humano. Soy como todas, me visto como todas, hablo simplemente; quizá por eso mucha gente me acepta, porque me ven parecida a ellos”.
Pero entre tanto trabajo, la Merello tuvo lugar para el amor, aunque no del modo en que se esperaba para una mujer de la época. Pero Tita era Tita y lo vivía a su manera, haciendo oídos sordos a las críticas y los prejuicios. En 1933, en el rodaje de Tango, Tita conoció a Luis Sandrini, por entonces casado con la actriz Chela Cordero.
La atracción fue mutua, pero el romance arrancó prohibido, además de que Tita era mucho más famosa que él. Recién en 1942, Tita y Sandrini se mostraron públicamente y se transformaron en la pareja del momento. Sin embargo, Tita relegó más de un compromiso por acompañarlo a él que estaba forjando una carrera exitosa a pasos agigantados.
En 1948, hubo un gran cortocircuito en la relación cuando Tita decide protagonizar Filomena Marturano, en teatro, a la par que Sandrini es convocado para filmar en España. “Si no venís conmigo, lo nuestro se termina”, le dijo él. Ella, obviamente no aceptó la imposición y eligió su trabajo.
Al poco tiempo, el actor se casó con otra actriz, Malvina Pastorino, con quien tuvo dos hijas. Dolida, pero no vencida, Tita sobrevivió, una vez más, y de ahí en adelante, a Sandrini lo nombraba poco y nada o sólo era “el que te dije”.
En el departamento que alguna vez habían compartido, había una silla que permanecía en un rincón como un recuerdo arrumbado y omnipresente. “Ahí nadie se sienta, en esa silla se sentaba él“, explicaba a quienes la visitaban.
Las puertas cerrada por el peronismo
En 1955, con el derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón, a Tita Merello, se le cerraron muchas puertas. Reacia a exiliarse, para seguir trabajando prefirió quedarse en Buenos Aires y cantaba en los parques de diversiones y en los circos.
Ella, que era una de las figuras más populares del momento, una vez más tenía que buscarse el mango para mantenerse. Estaba acostumbrada y aseguraba: “Siempre he ayudado a quien me lo pidió. Yo he dado mucho, nunca tuve intenciones de ser la más rica del cementerio”.
Por entonces, en medio de rumores y prohibiciones llegaron a investigarla por un supuesto negociado en una importación de té hasta que se dictaminó que Tita no tenía nada que ver. Una vil excusa para ensuciar su imagen. Error: ¿qué mella podía causarle eso a alguien que había aprendido a bancarse lo que viniera siempre con la frente en alto?
Para 1957, después de un trabajo en México y con las aguas más calmas volvió al teatro con Amorina, una obra de moderada repercusión. Y con algunas películas más. Pero la Merello ya no estaba tan cómoda con los papeles que le ofrecían y rechazaba más de lo que aceptaba.
Fue por entonces que la vieja herida que había quedado por su relación con Luis Sandrini se transformó en canción. Doce años después de la separación, en 1960, Tita grabó el tango Llamarada pasional con la orquesta típica de Héctor Stamponi, quien le puso música a los versos de Laura Ana Merello, registrados para el sello Odeón.
“Llamarada es oír desde las sombras esa voz que a mí me nombra, que la busco y que no está. Llamarada es sentir sobre mi boca todo el fuego de tu boca que me quema y que se va. Llamarada es oír la que me nombra y es correr tras una sombra imposible de alcanzar”, escribió y cantó Tita. “Gracias por ayudarme a llorar con música”, le dijo a Stamponi.
En las pocas ocasiones a las que se refería a su relación sentimental con Sandrini, decía: “Yo viví mucho tiempo arrinconada. Cuando una mujer se enamora, si esa mujer se llama Tita Merello, el amor le sirve para dar, no para pedir. Mi manera de querer es maternal, protectora, me obliga a retraerme, a quedarme en casa. Y no me arrepiento”.
En Sábados Circulares, con Pipo Mancera
En las décadas de 1960 y 1970, se instalaba en el estudio del programa Sábados Circulares que conducía Pipo Mancera, y para entonces, entre tango y tango, entre bromas y opiniones que descolocaban a más de uno, Tita tejía su propio mito urbano. Su presencia generaba, como siempre, una atracción única que se imponía con cualquier tema. “Aparezco y puedo ser yo misma”, decía.
Lo que ya era estaba instalado en la cultura popular era su estilo de interpretación, entre cantado y hablado, como una de sus marcas de identidad. La expresividad de su gestos, apelando a sus grandes recursos como actriz, hacían el resto.
“El arte dramático está en la calle Corrientes angosta, cuando caminás toda una noche sin tener dónde ir a dormir. Ahí se aprende el drama. Ahí se aprenden las pausas, el tono. En la oración, en la desesperanza, se aprende”, contaba recordando siempre de dónde venía.
Por eso pudo hacer tan propia la milonga Se dice de mí (de Francisco Canaro e Ivo Pelay), pensada para que la cantara un varón. Pero la versión de Tita en 1954, incluida en la película Mercado de Abasto, dirigida por Lucas Demare, no solo fue un hit sino que se transformó en un clásico a tal punto que podría considerarse como un anticipo feminista sintetizado en el enfático final “Yo soy así“.
Muchas mujeres en una
Tita fue muchas mujeres en una: la hija de la planchadora y el chofer de mateos, la que dejó de ser analfabeta ya casi adulta, la que escribía crónicas y consejos en la revista Voces en la década de 1930, antes de dedicarse a la música y la actuación.
Solitaria y apasionada, Tita tuvo varios romances y un amor, Luis Sandrini, que la marcó a fuego. Luego de unos años de bajo perfil, en 1974, con su aparición en la película La Madre María, su figura volvió a primer plano.
En 1985, ya retirada aparecía muy seguido en distintos programas de radio y televisión dando consejos de salud a las mujeres (“muchacha, hacete el papanicolau“, repetía casi como un mantra); a los más jóvenes, como una gurú que, en el tramo final de su vida, elegía compartir su experiencia, sobre todo con los que más necesitados, casi como un homenaje a sus orígenes.
Con la compañía de su inseparable perro Corbata (que murió en 1981), Tita se fue refugiando cada vez más en su soledad. Y murió a los 98 años en la Nochebuena de 2002, en la Fundación Favaloro, ya convertida en Tita de Buenos Aires, en referente y leyenda.
Como si hiciera falta, explicaba: “Yo me revestí. Me hice un vestido para pelearle a la vida de prepotente. He vivido toda la vida añorando ternura que es el mejor de los sentimientos porque comprende amor y pasión. A mí me tratan bien y consiguen de mí cualquier cosa”.
WD