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La CGT, unida por el espanto

Menos de 24 horas antes de la primera marcha que hace la CGT en lo que va de este Gobierno, ninguno de los tres miembros que lideran la central obrera tenían muy en claro lo que iba a ocurrir el día siguiente. No sólo era difusa la consigna -se marchó contra “la inflación”, como si a ese fenómeno económico lo fueran a encontrar caminando por las calles-, sino que ni siquiera se confiaban entre ellos. El que lo puso en palabras fue el propio Pablo Moyano.

En la tarde del martes 17, un día antes de que se realizara la protesta, el camionero entró como una tromba a la sede de la CGT. Iba a reunirse con sus pares en el triunvirato, Claudio Acuña y Héctor Daer, para terminar de darle forma al comunicado oficial que iba a anteceder la marcha. “Yo mañana voy a meter treinta mil personas en la marcha, ¿y ustedes? Espero que al menos acompañen”, lanzó el hijo de Hugo, el más combativo de la CGT que colma la paciencia de sus pares con bravuconadas de ese estilo. Era una manifestación de las sospechas cruzadas que, a pesar de lo que mostraron el miércoles en la marcha, tienen a la central obrera más dividida que nunca.

Por el medio pasa una interminable crisis económica que maltrata a los afiliados sindicales y que presiona a la cúpula, y un gobierno peronista, muy conectado con la CGT, de rumbo incierto.

Bombos y platillos

La marcha había nacido torcida. Se había anunciado hace más de un mes, algo atípico cuando se trata de protestas sociales que se suponen urgentes. También había una gran duda sobre qué recurso discursivo encontrar para que no quede como lo que realmente fue: una movilización que apuntaba al Gobierno y a la crisis económica en la que se encuentra empantanado. En esa reunión en el día previo los popes sindicales definieron la consigna de “primero la Patria” y la idea de asegurar que se protestaba “contra la inflación”.

Pero en la jornada siguiente la historia volvió a demostrar que no se la puede digitar desde arriba. “Soy jubilado y la plata no me alcanza. ¿Cómo hago para llegar a fin de mes con $37 mil?”. Este fue un testimonio de uno de los que participó en la marcha, que se viralizó en las redes y los medios. Fue una postal que se repitió entre los miles que estuvieron ayer en el centro porteño y que, puertas para adentro en el oficialismo, cayó pesada.

Pero lo más significativo que exhibió la marcha, además de evidenciar que la interna eterna que atraviesa a la CGT está lejos de terminar, son los recursos cada vez más limitados con los que cuenta el sindicalismo. A pesar de que marchó con los movimientos sociales -algo impensado para el gremialismo tan sólo unos años atrás, ya que la mayoría siempre vio por arriba del hombro a la “economía popular”-, la convocatoria no fue tan espectacular como Pablo Moyano deseaba. Esa fue la preocupación que repitieron, con grabador apagado, varios integrantes del sindicalismo luego del evento. “Este era un golpe de efecto, y ya lo usamos. ¿Qué nos queda después? ¿Ir a un paro contra un gobierno peronista? Se la dejamos servida a la oposición para el 2023”, decía un hombre de larga data en el gremialismo. Más que aclarar, la marcha oscureció.

Oficialismo

Aunque ayer no lo explicitaron, hay varios temas que están generando tensión entre el Gobierno y el sindicalismo. El principal es la millonaria deuda que tiene el Estado con las obras sociales de los sindicatos. Fue un planteo que los popes gremiales le hicieron a Alberto en la campaña del 2019, y que este se comprometió a cumplir. El Estado calcula que son $10.000 millones, y los sindicatos estiran ese número hasta $15.000. Después de muchas idas y vueltas, en abril de este año el Ejecutivo largó los primeros $4.000 millones, que para muchos tuvieron gusto a poco.

También sigue pendiente la relación con el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, apuntado por la demora en resolver este tema y por la constante caída del poder adquisitivo, una preocupación que comparte gran parte del oficialismo. Cuando renunció Martín Guzmán, CFK pidió su cabeza, pero por ahora sigue en el cargo.

El 2023 es algo que desvela y divide a todos. En los días en que Massa se convirtió en ministro, Daer -histórico amigo de Alberto, con una hija que es legisladora porteña por pedido expreso del Presidente y que milita en Parte, el partido de Fernández- sacó chapa de su relación con el flamante funcionario. En charlas privadas recordó que él había sido diputado del Frente Renovador entre 2013 y 2017. Acuña, íntimo de Luis Barrionuevo, milita hace años en la escudería del tigrense. Moyano, en cambio, está muy cercano a la vicepresidenta. En la CGT se están preparando para los nuevos tiempos. ¿Será unidos o dominados?

Los movimientos sociales

La CGT viene negociando un aumento salarial vía paritarias, aunque el Gobierno les ofrece un bono por única vez. Los movimientos sociales también están preocupados por la crisis económica y reclaman el Salario Básico Universal o alguna concesión hacia los sectores que representan. Por eso acompañaron la marcha y por eso el espacio de Juan Grabois -que tiene tres diputados- amenaza con irse si para el 3 de septiembre no hay alguna medida.

En los pasillos de Economía se comenta que Massa mantuvo alguna comunicación con el espacio de Grabois y que están preparando una medida paliativa. Si es así tendrá que ser rápido: la paciencia de los dirigentes sociales y de sus bases está a punto de acabarse para con el oficialismo.

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