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El sueño de ser influencer: qué hay detrás de la obsesión por ganar seguidores y cuánto se llega a pagar

La conversación entre dos amigas disparó esta nota: “¿Che, viste la cantidad de seguidores que tiene Valeria?”. Un poco de investigación mostró que los followers nuevos no eran personas reales: sus nombres de usuario tenían caracteres alfanuméricos, formaban palabras sin sentido, o parecían de algún país lejano. Ni hablar de las fotos de perfil: imágenes de Google o paisajes aleatorios.

Se sabe. Hay cuentas que inflan sus estadísticas. Muchas pertenecen a empresas o emprendimientos que buscan ganar fiabilidad; también lo hacen las y los influencers —o quienes apuntan a serlo—; y hasta gente común.

Nadie parece escapar a la búsqueda de aceptación virtual. Son pocos los que no sacan el celular regularmente para revisar updates, publicaciones y DM’s. ¿Nos convertimos en community managers de nosotros mismos? ¿Por qué y para qué? ¿Qué es la reputación digital? Responden los voceros de Instagram, influencers, especialistas en redes sociales y psicoanálisis.

Instagram: “filtros” hasta en los números

El prestigioso Digital Report 2022 arrojó que, a principios de año, en números totales, el 86,3 % de la población total argentina utilizaba redes sociales. Aunque esta proporción no representa necesariamente a individuos, el crecimiento interanual es enorme: 3,6 millones de cuentas, según un análisis de Kepios.

Otro informe de HypeAuditor (una empresa experta en redes sociales y marketing) mostró que, en febrero de 2022, Argentina contaba con 25.339.500 usuarios de Instagram. Si tenés entre 25 y 34 años, todo apunta a que sos habitué de esa red social. Aunque su uso trasciende a esa franja etaria.

Más del 20 % de los influencers del país reportan actividades sospechosas. Foto Shutterstock

“En el país hay 78.800 influencers o creadores de contenido en IG. Estos utilizan diversas plataformas online para promocionar productos, servicios y eventos”, dice HypeAuditor a este diario.

Y explica: “Los influencers orgánicos cultivan una relación amistosa con sus seguidores, saben qué les gusta y con qué se identifican. Son expertos en su nicho, comparten activamente conocimientos y opiniones. A cambio, el público confía en ellos”. Eso los vuelve oro para las compañías. Y tienta a algunos a “hacer trampa”.

Su reporte detalla que existe un 20,2 % de “falsos influencers” o que al menos incurren en “actividades sospechosas”. ¿Qué significa? Que aumentaron artificialmente su público y su tasa de engagement (o interacciones), usando herramientas de terceros.

Su audiencia contiene muchos bots, cuentas dudosas y seguidores masivos (es decir, perfiles que siguen a otras 1.500 o más). El problema es que estos, al no ser auténticos, no interactúan con el contenido. Y representan un riesgo para la credibilidad.

Instagram borra periódicamente a los bots. HypeAuditor señala que, por lo tanto, el número de seguidores del influencer disminuye y el algoritmo considera que la cuenta no es interesante para los suscriptores, mostrando menos lo que hace. Un círculo vicioso.

Encima, surge otro problema. La tasa de participación es una de las métricas más importantes que las empresas evalúan para asociarse o no con un influencer. Si este acumula seguidores falsos, las interacciones bajan objetivamente. Para intentar compensar este desbalance, seguramente ponga plata nuevamente… esta vez, para sumar comentarios y “me gusta”.

Como equilibristas en una cuerda floja, tienen que mantener las proporciones correctas entre seguidores e interacciones para no revelar su “juego” y alertar a la plataforma.

El precio de un like

“Es importante para nosotros que las interacciones de la gente sean genuinas. Los servicios de participación falsa, que inflan artificialmente la popularidad, infringen nuestras condiciones de uso. Cuando se detectan, consideramos todas las opciones, incluidas la suspensión y la eliminación de cuentas“, confirman los voceros de Instagram a Clarín.

Aclaran que aquellos que ofrecen esos servicios ilegítimos suelen pedir a cambio datos de inicio de sesión. De esta forma, pueden poner en peligro la seguridad del usuario y sus contactos.

Lelu Mendiguren (@lelumendy) es locutora nacional, conductora y periodista. Pasó por Telefe, la TV Pública, ESPN, trabaja en Radio Metro y publicidades. Además, es embajadora de marcas importantes y una influencer, con 85.200 seguidores.

Lelu Mendiguren es periodista y tiene 85 mil followers en su cuenta de Instagram @lelumendy

Acumula historias por montones. “Lo más loco fue cuando una persona me ofreció que le pasara mis datos y le dejara postear noticias tipo clickbait… ¡a cambio de dólares!”. Ni lo consideró. “Mirá si subían algo contrario a lo que yo pienso, como un ‘antes o después’ o ‘tips para bajar de peso’. Realmente no vale la pena, tus seguidores se percatan”.

Cuánto cuesta sumar seguidores en redes sociales

Desde HypeAuditor relatan que, como en cualquier industria, “hay jugadores exitosos que pueden ganar millones de dólares y hay quienes se conforman con poco”. Facebook demandó a varias empresas por este tema. Una de ellas, había ganado más de US$ 9 millones.

Surgen tres fuentes de falsos followers, views y likes, con montos variados. La primera, argumentan en HypeAuditor, son los “SMM panels”, que anuncian sus servicios en foros de webmasters, a precio mayorista: 1.000 seguidores de Instagram cuestan alrededor de 84 centavos de dólar.

Otra forma de falsear los números es a través de empresas de Instagram growth, con un costo algo superior: US$ 12 por mil seguidores. Ojo. “Se encuentran en Google. Tienen sites más bonitos y tienden a recibir comentarios positivos falsos”.

¡Hasta 12 mil dólares por comprar seguidores! Los entretelones en la construcción de influencers “inorgánicos”. Foto: Shutterstock

Una última posibilidad es acudir a agencias de marketing “blue”… ¡si se está dispuesto a gastar a partir de US$ 300 por la gestión de la cuenta

La tilde azul en Instagram como Meca

Lelu conoce a un médico famoso, que tiene buen desempeño en las redes, pero no le deban la famosa tilde. Alguien le prometió conseguirla: no solo fue estafado, sino que entregó su usuario y contraseña, y luego tuvo que poner plata para recuperarlos.

Ella obtuvo la verificación de forma accidentada. Por un error, Instagram había borrado su perfil. Cuando realizó el reclamo, la empresa constató que era una figura pública muy buscada y le dieron la marca azul. “No me mataba por eso ni la había solicitado, sinceramente, yo solo quería mi cuenta de vuelta”, confiesa.

En Be Influencer, expertos en gestión de influencers y estrategias digitales publicitarias, expresan: “La importancia de la verificación es, más que nada un tema de ego. Se logra en muy pocas ocasiones. Pero, para ciertas figuras públicas es muy importante. Y, a partir de ahí, nace el negocio de comprar cuentas verificadas”.

En general, las cuentas verificadas son otorgadas a celebridades, famosos o marcas. Simplifica el proceso de búsqueda para el resto y es un símbolo de distinción. HypeAuditor distinguió que solo el 3,26% de las cuentas de Instagram son cuentas verificadas. Y que incluso cuentas con mil seguidores pueden tener ese “plus”: juegan muchos factores.

En términos cuantitativos, hay casi tantos nanoinfluencers verificadas como megainfluencers. Eso sí, para HypeAuditor, las cuentas con verificación obtienen una tasa de engagement 30 % más alta que las cuentas sin esta.

Una vieja publicidad decía “me tomo cinco minutos, me tomo un té”. Ahora podríamos afirmar: “Me tomo cinco minutos (del trabajo, del estudio, en colectivo), miro Instagram”. Foto Shutterstock.

Desde Instagram afirman que “tener una verificación es la forma en la que los usuarios pueden saber que los perfiles que buscan son relevantes y exactamente quienes dicen ser”. Aunque, matizan: “Este sello no representa nuestro respaldo y no lo consideramos un símbolo de importancia”.

Última anécdota de Lelu: ya son varias las “empresas fantasmas” y hasta “YouTubers medianamente conocidos” que le quisieron comprar su cuenta (para luego cambiarles el nombre, quedarse con el símbolo azul y los seguidores). ¿Su respuesta? “Salgan de acá”.

Besos por celular: ¿cualquiera puede ser influencer?

Be Influencer asegura que “se puede tener seguidores a la fuerza y engañar a ciertas personas con eso, pero no se puede construir una comunidad a largo plazo así“. La fama “inorgánica”, como la de las estrellas fugaces de la televisión, suele durar poco.

Pero el fenómeno —como adelantamos— excede a quienes trabajan con su imagen. Algunas personas que, a priori, no necesitarían el rédito económico de “ser conocido” también acuden a la billetera.

Según confirmaron algunos “culpables” off the record, es porque piensan que los reclutadores de trabajo van a encontrarlos más interesantes, sobre todo si trabajan en marketing, política o medios. También está el caso de quienes comenzaron emprendimientos chicos o quieren meterse en “nichos” que rinden, como el skincare, y desean ese “empujón”.

Para ver DMs, publicaciones, memes, estados, historias: la mayor parte de la población en Argentina y en el mundo pasa horas en las redes sociales. Foto AFP

Pero hay gente que lo hace por puro narcisismo. José Sahovaler es psiquiatra y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Él refiere a la importancia de la “identidad digital”, no necesariamente como lo que otros ven de uno, sino como lo que uno se imagina que los demás ven.

“Hay una cuestión de mostrarse popular, querida, conocida, atractiva, sensual, admirada. Y que también tiene que ver con la identidad ‘analógica’ o fuera de las redes”. Alicia a través del espejo (de las redes).

Debido a la amplia difusión de las tecnologías, los smartphones y las computadoras —así como el tiempo que le dedicamos—nuestra personalidad virtual (muchas veces, convertida en personaje) deja de ser una “fantasía”. Como bien indica el médico, hay quienes se han deprimido e incluso suicidado por hechos que ocurren en ese entorno. Lo que sucede en la red no se queda en la red.

“En Instagram construimos historias, confirmadas por likes, aunque sean mentiras”, reflexiona el profesional. Piensa en el “metaverso”: aquellos espacios construidos en la virtualidad, donde los humanos interactúan e intercambian experiencias desde sus dispositivos, mediante el uso de “avatares”. Ciertos juegos online son un buen ejemplo. Una metáfora del mundo real, sin tener algunas de sus “limitaciones”.

“En el metaverso podemos hablar con otros, construir, crear lazos, gastar, hasta comprar ropa o accesorios para nuestros avatares, que ofrecen compañías famosas. Lo que pasa allí, ¿pasa de verdad?”, se cuestiona.

Aunque el especialista no compara los comportamientos en Instagram (donde generalmente son personas de carne y hueso las reflejadas en fotos, reels e historias), se pueden establecer analogías. Disfraces, poses, rastros de verdad, pantallas de por medio.

¿Cuánto estamos dispuestos a dar por un like? ¿Cómo afecta el cara a cara? “El proceso es todavía muy reciente y no podemos conocer sus alcances, sin dudas, estamos ante un cambio de paradigma”, concluye Sahovaler.

MG

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