“El factor decisivo para que los profesionales puedan crecer y ascender es la habilidad de comunicarse en forma eficaz” Harvard Business Review.
No solo se trata de desarrollar la habilidad para crecer profesionalmente, sino de lograr expresarnos honestamente en cualquier relación ya que es esencial para nuestro bienestar. Lograr una comunicación coherente, basada en que salga de nosotros aquello que coincide entre lo que pensamos, sentimos, hacemos y decimos es la clave para una vida liviana, equilibrada y feliz.
Todos los seres humanos tenemos la necesidad de ser escuchados, de hecho, si observamos la magia del universo y la creación, tenemos dos orejas, dos ojos y una boca, lo que naturalmente invitaría a las personas a poner foco en ello, e iniciar cualquier comunicación desde el interés hacia las personas.
Una buena comunicación ayuda a mejorar las relaciones, y relacionarse es útil para cualquier área de nuestra vida. Todos podemos aprender a vincularnos con los demás, para algunos será más simple, para otros más desafiante, pero es el canal a través del cual se logran éxitos profesionales, sociales e impacto en el mundo.
Invertir en la comunicación, en aprender cómo hacerlo y cómo relacionarnos es clave. Me encanta citar para ello algo que aprendí en la Universidad de Psicología y que cambió mi vida para mejor. Los cinco axiomas de la comunicación de Watzlawick, Beavin y Jackson, y los mencionaré a continuación:
1. Es imposible no comunicar / todo comportamiento es comunicación
Es imposible no comunicarse, todo es comunicación. Comunicarse no es sólo hablar o no hablar: todo acto que hacemos, o incluso los que no hacemos, tiene un significado que puede ser percibido o interpretado y alterar el comportamiento de los receptores.
Incluso el silencio es comunicativo: que una persona esté en silencio y no hable puede implicar que no quiere hablar con nosotros o decir algo, que está incómodo ante un tema o persona concreta, que no se ha percatado o no le importa nuestra presencia o que está reflexionando o descansando, por ejemplo.
2. La interacción entre contenido y relación
El mensaje transmitido va a ser interpretado por el oyente o el receptor en función a la relación que mantenga con el emisor. La relación entre los actores o agentes del intercambio comunicacional va a marcar cómo debe entenderse el contenido del mensaje, de manera que el contenido va a poder tener significados distintos en función de quién lo diga. Depende de quien nos diga qué, tendrá un significado diferente para nosotros.
3. Puntuación de secuencia en los hechos
Todo tipo de interacción comunicativa se da de manera bidireccional: el emisor y el receptor se afectan mutuamente, generando el uno una reacción en el otro y generando una secuencia determinada. Un ejemplo puede ser observar lo que ocurre en una discusión, en la cual el conflicto se va escalando luego de la respuesta de la otra persona.
4. Comunicación digital y analógica
A la hora de comunicarnos utilizamos y tenemos en cuenta tanto la comunicación digital como la analógica, tanto lo que se dice (generalmente lo verbal) como la manera en que se dice (no verbal). Hay que valorar tanto las palabras como otros aspectos tales como los gestos, el tono, la distancia y la posición. Puede ser que tu pareja te diga cuando llegas tarde, que lindo verte, con cara de enojo y que tu percibas esa cara y no las palabras.
5. Simetría y complementariedad en las interacciones
Este último axioma es muy relevante en el ámbito organizacional o incluso en las de padres e hijos, y establece que hay que tener en cuenta que puede haber relaciones de simetría o complementariedad en las relaciones comunicativas, según si todos tienen el mismo rol o posición de poder o bien dicha relación es desigual. Por ejemplo, en una relación de pareja simétrica ambos miembros podrán expresarse en igualdad de condiciones y pactar cómo y hacia dónde va su relación, mientras que en una relación jefe-empleado será el primero el que decidirá hacia dónde va la empresa.
Escuchá la columna de Paula Cabalén en Radio Perfil FM 101.9.
por Paula Cabalén
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